HOMBRE, s. Un animal tan sumergido en la absorta contemplación
de lo que cree ser, que olvida lo que indudablemente debería ser. Su principal ocupación es el exterminio de
otros animales y de su propia especie, que, sin embargo, se multiplica con tan insistente
rapidez como para infestar todo el mundo habitable, además del Canadá.
Ambrose Bierce, El diccionario del diablo
El destino de Ambrose Bierce –un
estadounidense que prefirió desaparecer en la turbulenta Revolución mexicana a
morir de vejez en su país natal– lo convirtió en una
leyenda que sigue cautivando a los lectores. Aunque su biografía y su
literatura no se entreveran hasta el punto de ser indistinguibles, como las de
Jack Kerouac y Roberto Bolaño, la similitud entre su misteriosa muerte y sus
cuentos despiadados hacen que su vida y su obra converjan y se confundan. Bierce
logró combinar la sátira y el horror, dos géneros aparentemente disímiles, en
historias tan repulsivas como las notas rojas de la prensa mexicana, pero que a
la vez contenían un sutil y sagaz reproche de su sociedad. En 1913 cruzó la
frontera rumbo a México y se enroló en el ejército de Pancho Villa; tenía 71
años. Envió su última carta a Blanche Partington, su amiga y posible amante, desde
la ciudad de Chihuahua. Su postdata terminaba como una premonición:
(…) Respecto a mí, mañana parto a un destino desconocido.
No se supo más de él.
Ambrose Bierce (1842 – ¿1914?)
Bierce mismo hubiera sido un personaje ideal
para sus cuentos: desaparecido, padre de un hijo alcohólico y de otro suicida.
Nacido en Ohio, en 1842, el décimo de trece hijos, todos con nombres que comienzan
con “A”. Ojos claros, bigotes de punta, cabello plateado, atuendo impecable. Escapó
de su hogar a los 15 años para trabajar como aprendiz de imprenta en el Northern Indianian. Se unió al ejército
de la Unión en 1861, al estallar la Guerra de Secesión. Soldado destacado,
teniente e ingeniero topográfico, herido en la cabeza en Kennesaw Mountain. Periodista
y editor en San Francisco y Londres, fustigador de políticos y empresarios
corruptos. Protagonista de una leyenda que circula en el ruinoso pueblo de Sierra
Mojada, Coahuila, en la que se cuenta que las tropas revolucionarias lo
fusilaron tras obligarlo a cavar su propia sepultura, y en cuyo cementerio hay una
tumba con su nombre.
Supuesta tumba de Ambrose Bierce en Sierra
Mojada, Coahuila.
Trastornado por la guerra, Bierce se estableció
en San Francisco, la ciudad más occidental del Salvaje Oeste, para desempeñarse
como periodista y editor. En sus columnas desarrolló un estilo irónico que le ganó
el apodo de Bitter Bierce –amargado Bierce–, que utilizó, entre
otras cosas, para desarrollar definiciones satíricas y entretenidas para los
lectores de sus columnas, que después reunió en su Diccionario del diablo. Algunas de ellas alcanzan el cariz fatídico
de los aforismos de Emil Cioran:
AMOR, s. Una demencia temporal curable mediante el matrimonio (…)
NACIMIENTO, s. El
primero y más terrible de todos los desastres (…)
REZAR, v. Pedir
que las leyes del universo sean anuladas en beneficio de un solo solicitante (…)
En sus cuentos, Bierce refinó su toque irónico y demostró que es posible escribir historias grotescas y a la vez ridículas. Además de sus relatos de temática sobrenatural, sus cuentos están repletos de parricidios, asesinatos, matrimonios malavenidos, médicos matasanos que son pagados para terminar con la vida de sus pacientes, y actos de sadismo hacia el prójimo. El horror y la sátira en sus cuentos no radican en las atrocidades que describen, sino en la naturalidad con que las presenta, como si fueran un tema de sobremesa o el encabezado de uno de los múltiples rotativos de nota roja en México. Dos fragmentos de “Un incendio imperfecto” ilustran la fórmula bierciana, que seguramente más de un columnista de dichos periódicos encontraría familiar . La historia comienza así:
Una mañana temprano de junio de 1872 asesiné a mi padre (…) Nos encontrábamos en la biblioteca de la casa, repartiendo el botín de un robo que habíamos cometido esa misma noche (…)
Después de quitarles la vida a sus progenitores, el narrador prosigue:
(…) Esa misma tarde
fui a ver al jefe de policía, le conté lo que había hecho y le pedí consejo. Hubiera
sido doloroso que los acontecimientos salieran a la luz pública. Mi conducta habría sido
censurada por todos y los periódicos la habrían usado en mi contra si en alguna
ocasión me hubiese presentado a un cargo público (…)
Como en este cuento, Bierce llevó a un extremo absurdo el
cinismo de los políticos, los curas y los criminales de su época, lo que paradójicamente
hacía que sus historias fueran más verosímiles. La conversión de cualquier
atrocidad en una trivialidad es una característica de las sociedades mediatizadas.
Bierce fue un precursor de esta peculiaridad de nuestros medios de comunicación,
lo que lo hace un narrador contemporáneo. Sus relatos satirizaban la decadencia
imperante en San Francisco y ridiculizaban los valores anquilosados de su época,
sin afectación ni aspavientos. No se podía esperar menos de quien, en una de las
cartas en las que anunciaba su partida a México, se despidió con una última
broma:
(…) Ser un gringo en México, ¡ah, eso es eutanasia!
Fuentes:
Foto 1: http://content.cdlib.org/ark:/13030/tf12900491/?layout=metadata&brand=calisphere
Foto 2: http://www.donswaim.com/bierce-lienert.html
Foto 3: http://au-agenda.com/cuentos-negros/
Foto 1: http://content.cdlib.org/ark:/13030/tf12900491/?layout=metadata&brand=calisphere
Foto 2: http://www.donswaim.com/bierce-lienert.html
Foto 3: http://au-agenda.com/cuentos-negros/
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